Alejandro Peza
La sabana de Chetumal, enfrenta no solo una crisis ambiental alarmante, sino también un panorama marcado por la corrupción y la negligencia. La contaminación por desechos sólidos, quema de basura y fugas de aguas negras ha convertido este espacio en un símbolo del deterioro ambiental, agravado por la indiferencia institucional.
Vecinos de las colonias cercanas han señalado que, a pesar de los esfuerzos de las autoridades para frenar las prácticas indebidas, estas acciones se ven minadas por la corrupción.
Según testimonios recabados, cuando algunas personas son sorprendidas arrojando basura en la sabana, tienen la opción de “arreglar” el problema con un soborno en lugar de enfrentar sanciones reales.
Este tipo de prácticas no solo perpetúan el daño ambiental, sino que también refuerzan la percepción de impunidad en torno a un problema que afecta directamente a las comunidades más vulnerables.
La contaminación de la Sabana tiene consecuencias devastadoras. Los desechos sólidos, combinados con la quema de basura, liberan sustancias tóxicas que contaminan el aire y afectan la calidad de vida de quienes habitan en las inmediaciones. Al mismo tiempo, las aguas negras que desembocan en este cuerpo de agua degradan su calidad, afectando la pesca, una actividad crucial para la subsistencia de muchas familias locales.
El camino que cruza la Sabana, usado diariamente por vecinos para acceder a mercados, escuelas y trabajos, se ha convertido en un corredor insalubre y peligroso. A pesar de su importancia para la vida cotidiana, sigue siendo escenario de abandono e indiferencia.
El problema en la sabana de Chetumal trasciende lo ambiental y revela una crisis de confianza hacia las instituciones. Los vecinos exigen que las autoridades actúen con firmeza, sancionando a quienes contaminan y eliminando cualquier acto de corrupción que permita la continuidad del daño. Sin medidas concretas, no solo se profundizará la crisis ecológica, sino que se seguirá erosionando el tejido social de las comunidades afectadas.
La sabana, con todo su potencial, podría convertirse en un modelo de gestión ambiental y participación ciudadana. Pero para lograrlo, será necesario un compromiso real de las autoridades y de la población para romper con las dinámicas que hoy la mantienen en el olvido.